Decidida, ingrávida y fatal. Glamorosa, con el orgullo de quien sabe hacerse desear. Un cocktail peligroso. Ella, entre las noches largas y las paredes sabias, ella, que no llora, ni pestanea. Esa maldita sin ojos, sin boca, sin frente, sin rostro, que como nunca antes se extendía desde la punta de la cama hasta el picaporte oxidado de la puerta. Se movía. Se alejaba. Simplemente, se iba. Y detrás, una estela de pasos perdidos y voces atinando un quedate, no te vayas, quiereme.
Se detuvo incierta, desnuda, ¿Volvería, tal vez? Absurdo siquiera pensarlo.
Recuerdos errados, dulcemente turbios, ambiguos y tenaces desfilaron en ese breve instante en que dos cuerpos se separan. La espalda, de la puerta. Cobarde, es tan fácil cuando no se ve, le gritaron, le rogaron. Absurdo siquiera suplicar.
En la habitación sólo quedó otra, una sombra y la escarcha de un pisoteado te quiero.
Se detuvo incierta, desnuda, ¿Volvería, tal vez? Absurdo siquiera pensarlo.
Recuerdos errados, dulcemente turbios, ambiguos y tenaces desfilaron en ese breve instante en que dos cuerpos se separan. La espalda, de la puerta. Cobarde, es tan fácil cuando no se ve, le gritaron, le rogaron. Absurdo siquiera suplicar.
En la habitación sólo quedó otra, una sombra y la escarcha de un pisoteado te quiero.